Los habitantes de
cierta aldea en las montañas tenían la costumbre de ocupar ramas ahorquilladas
para fabricar las patas de sus taburetes. Una vez, un campesino quiso arreglar
la pata de un taburete y mandó a su hijo a la montaña para que cortara una rama
ahorquillada. El hijo cogió su hacha y se fue. Al cabo de la jornada, volvió
con las manos vacías. Su padre le reprochó su incapacidad.
- Es verdad, había muchas ramas
ahorquilladas allá – contestó el hijo –, ¡pero todas crecían para arriba!
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