El artesano Gongshu estaba cincelando un fénix. Apenas había esbozado
el penacho y las patas, y no esculpía aún el plumaje, cuando alguien dijo
mirando la obra: «Parece un búho». Y otro: «Más bien recuerda a un pelícano».
Todos rieron y estuvieron de acuerdo
al encontrar horrible la escultura, y sin talento al autor.
Cuando estuvo terminado, el fénix
lucía un soberbio penacho de color esmeralda, que se erguía vaporoso por encima
de su cabeza. Sus patas bermellón tenían reflejos deslumbrantes, sus plumas
tornasoladas parecían estar hechas del brocado que tejen las nubes cuando se
pone el sol, y su pecho era del color del fuego. Al oprimir con el dedo un
resorte oculto el pájaro mecánico alzó el vuelo con un batir de alas. Y durante
tres días se le vio subir y bajar por entre las nubes.
Todos aquellos que habían criticado a Gongshu no cesaban de elogiar su obra maravillosa y su
talento prodigioso.
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