Cierto mandarín
lleno de codicia deseaba hacerse una fama de funcionario incorruptible. Cuando
lo nombraron en su primer cargo, hizo juramento ante los dioses de no dejarse
engatusar.
- Si mi mano izquierda llegara a
aceptar dinero, que caiga convertida en polvo. Y si mi mano derecha lo hace,
¡que también caiga convertida en polvo! – exclamó.
Un buen día, algún tiempo más tarde,
alguien le hizo llegar cien onzas de oro con el fin de asegurarse su apoyo en
un asunto. Por miedo a la maldición que pesaba sobre él, a causa de su
juramento, dudó en aceptar ese dinero que, sin embargo, codiciaba vivamente.
Sus subalternos le dijeron:
- Que Su Señoría puede hacer colocar
los lingotes de oro dentro de su manga, así, si la maldición obra, sólo la
manga caerá hecha polvo.
El magistrado encontró que el consejo
era bueno y aceptó el oro.
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