Al norte de estos montes vivía un
anciano de unos noventa años al que llamaban El Viejo Tonto. Su casa miraba
hacia estas montañas y él encontraba bastante incómodo tener que dar un rodeo
cada vez que salía o regresaba; así, un día reunió a su familia para discutir
el asunto.
- ¿Y si todos juntos desmontásemos las
montañas? – sugirió –. Entonces podríamos abrir un camino hacia el Sur, hasta
la orilla del río Hanshui.
Todos estuvieron de acuerdo. Sólo su
mujer dudaba.
- No tienen la fuerza necesaria, ni
siquiera para desmontar un cerrejón – objetó –. ¿Cómo podrán remover esas dos
montañas? Además, ¿dónde van a vaciar toda la tierra y los peñascos?
- Los vaciaremos en el mar – fue la
respuesta.
Entonces el Viejo Tonto partió con sus
hijos y nietos. Tres de ellos llevaron balancines. Removieron piedras y tierra
y, en canastos los acarrearon al mar. Una vecina, llamada Jing,
era viuda y tenía un hijito de siete u ocho años; este niño fue con ellos para
ayudarles. En cada viaje tardaban varios meses.
Un hombre que vivía en la vuelta del
río, a quien llamaban El Sabio, se reía de sus esfuerzos y trató de
disuadirlos.
- ¡Basta de esta tontería! – exclamaba
–. ¡Qué estúpido es todo esto! Tan viejo y débil como es Ud.
no será capaz de arrancar ni un puñado de hierbas en esas montañas. ¿Cómo va a
remover tierras y piedras en tal cantidad?
El Viejo Tonto exhaló un largo
suspiro.
- ¡Qué torpe es Ud.!
– le dijo –. No tiene Ud. ni siquiera la intuición
del hijito de la viuda. Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis
hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas
no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar por removerlas?
Entonces El Sabio no tuvo nada que
responder.
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